No lo invité a la presentación de la Antología en el Zárraga. De hecho, desde aquel día en los Hernández pensé muy poco en él. Sin embargo, meses después de aquel encuentro, allí estaba, sentado entre el público, su barba crecida, sus kilos extras desparramados sobre el asiento, acompañado de un individuo que parecía ser su versión defectuosa, un Arturo Lara delgado y consumido por un dolor innombrable.
Sandro Valdivia no pudo acompañarnos, un dolor estomacal lo tenía postrado y rogando clemencia. Así que en la mesa de la presentación éramos solamente Araceli Gómez, encargada principal del proyecto, Salvador Carrasco, yo y la presentadora. Aquel era el momento culminante del proyecto y no podíamos esconder nuestra felicidad. Nos habían sugerido que cada uno de nosotros hablara entre 10 y 15 minutos, pero Araceli, quien originalmente tuvo la idea de la antología, no pudo resistirse y por poco más de media hora habló del proceso de recopilación, de los poblados que habíamos visitado a lo largo de diez años, de la riqueza depositada en esas narraciones orales, y cómo éstas fungen como transmisoras de conocimiento y a la vez aglomeran socialmente a la gente tan dada a la soledad en aquellas inhóspitas regiones. Las poco más de treinta personas que se dieron cita en la sala 2 del Museo de Arte Contemporáneo Ángel Zárraga esa noche disfrutaron las anécdotas que Salvador contó acerca de sus viajes a la sierra. Por mi parte intenté darle al público una visión general de cómo se había dado el proceso editorial. Por supuesto, en mi exposición edité las conversaciones que se habían dado entre Sandro y yo durante más de un año que poco o nada tenían que ver con la publicación de la Antología. ¿Qué podría importarles el verde acqua de las puertas de Babilonia o la preocupación de Sandro por los libros gruesos que se deshojan fácilmente y son imposibles de leer porque cansan los brazos del lector?
Al concluir la presentación, la universidad ofreció un coctel en el patio central del museo, del cual desafortunadamente no pude disfrutar porque cayó en mi la responsabilidad de atender el pequeño stand que habíamos colocado en uno de los pasillos para la venta de la Antología. De los 50 ejemplares que habíamos traído ese día, se fueron 32; mucho más de los que teníamos proyectado vender. Esta situación me obligó a dejar solo el stand en varias ocasiones para ir a feriar un billete al Oxxo que está en la esquina. Mientras tanto, Araceli y Salvador disfrutaban su vino y canapés a mitad del patio, respondiendo con una sonrisa de satisfacción las preguntas que los interesados les hacían.
Haciendo el trabajo sucio, como siempre, dijo alguien detrás de mí.
Qué sorpresa, Arturo, dije, al girar y encontrarme con su inmensa corporeidad.
Felicidades.
Gracias. No esperaba verte aquí.
Ya estamos a mano. Tampoco esperaba verte en el funeral de mi abuelo.
Tienes razón. Supongo que estamos a mano.
El individuo que lo acompañaba había desaparecido. Comencé a dudar si en realidad había venido alguien con él o si me lo había imaginado. Después de todo, aquella persona que había visto sentada junto a él durante la presentación se parecía demasiado a Arturo, a tal grado que existía la posibilidad de que se tratara solamente de una ilusión, una especie de desdoblamiento de la personalidad transitorio.
Era Rodrigo, mi hermano menor, respondió Arturo, cuando le pregunté si había venido con alguien. Le pedí que me acompañara, pero en cuanto tuvo la oportunidad se largó.
Ya se me hacía que se parecían mucho.
¿En serio?
Por supuesto. Son idénticos. Bueno, si él ganara unos kilos o tu perdieras unos cuantos.
No me pareció correcto en ese momento mencionarle la otra diferencia, más sutil y a la vez más radical. Rodrigo no sólo era delgado, sino, de lo poco que pude apreciarlo esa noche, poseía un elemento turbio, no quisiera decir maldad, pero había algo en él que lo ensombrecía, una serie de características escurridizas que resinificaban los rasgos que compartía con su hermano, inclinando la composición general de su rostro hacia el de una personalidad sombría.
No podríamos ser más distintos, concluyó Arturo.
Discúlpame, lo interrumpí, cuando una pareja llegó al stand a comprar un ejemplar.
En algún momento, Araceli se me acercó y dejó una botella de vino en una de las cajas vacías.
Me imaginé que podrías tener sed después de trabajar tanto, me dijo, sonriendo. Estaba algo tomada y la alegría la desbordaba.
Cuando ella se integró de nuevo al convivio, saqué la botella y se la ofrecí a Arturo. La gente seguía comprando ejemplares, pero cada vez tenía más momentos de descanso entre cliente y cliente. Mientras estudiaba el ejemplar que había adquirido, Arturo me preguntó si había escuchado la historia del Puma y el Lobo. Le dije que no y él mencionó que se trataba de una leyenda de la zona del Mezquital.
Una especie de narración oral muy particular de la región, dijo. No es tan antigua como algunas de las que vienen aquí.
Golpeó con sus nudillos la tapa de la Antología y me ofreció la botella. La gente comenzaba a irse del museo.
De hecho, continuó, es bastante moderna. Relata algo que sucedió en los 80. Supongo que es parte de nuestros nuevos clásicos.
Le repetí que no había oído hablar de ella y entonces Arturo me contó a grandes rasgos la leyenda del Puma y el Lobo. Era una historia de narcos. Un par de socios. Uno de ellos coleccionaba animales exóticos y el otro, apodado el Lobo, un buen día lo traicionó. Así que, resumiendo, el primero decidió meter a su socio en la jaula de un puma. Por lo que me dice Rodrigo la historia era famosa en los alrededores del Mezquital, hasta los niños de diez años la habían escuchado al menos una vez en sus vidas. A pesar de su supuesta popularidad, no me interesó mucho la historia. Leyendas como esa abundaban en la actualidad. Todos tenían una anécdota acerca de un narco, un militar, una traición, un cargamento, una redada, etc. Para mí esas historias no sólo carecían de valor, sino resultaban contraproducentes, pues, a mi parecer, ensalzaban la violencia, funcionaban como una especie de apología de los narcos. Sus vidas no me interesaban en lo absoluto. Detestaba el terror que habían esparcido en la región. Deseaba que desaparecieran lo antes posible y mucho menos me interesaba recordar sus pseudo hazañas en leyendas que adquirían la forma de corridos o narraciones orales.
Te entiendo, me dijo Rodrigo, pero ¿de dónde crees que surgieron esas historias que recopilaste en este libro?
Gran parte de ellas son mitos fundacionales, historias que la gente se cuenta para entender sus vidas y su entorno.
Eso está muy bien, ¿pero de dónde surgieron?
¿De la imaginación de la gente?
De la violencia, Eugenio. Si te remontas al momento en el cual surgieron esas narraciones descubrirás que están bañadas en sangre. Entiendo que te desagraden las historias actuales de los narcos. Son ofensivas y reproducen comportamientos aberrantes. Pero no hagas a un lado el hecho de que esas historias surgen y son contadas porque tenemos la necesidad de escucharlas, porque ellas nos permiten entendernos, en ellas aparecemos, a través de ellas nos formamos una idea cabal del mundo en el cual vivimos, no del mundo en el cual nos gustaría vivir. Puedes ser un romántico y desechar estos neo mitos por considerarlos vulgares o puedes escucharlos y hacerte una mejor idea de dónde estás parado.
Bastante decadentes me parecen ya hoy en día como para imaginar que en cien o doscientos años seguirán sonando estas historias.
No te lo tomes tan a pecho, serán sólo leyendas. Si te sirve de consuelo, los nombres de los individuos no importarán. Nadie los recordará ni habrá monumentos en su honor. Solamente una minúscula parte de ellos trascenderá a través de esas historias. Toma por ejemplo la leyenda de Juan el Valiente, el tipo que encerraron en la celda de la cual nadie salía vivo. ¿Cuántos años tendrá esa historia? ¿Cuántas veces la hemos escuchado y cuántas más la hemos contado? Es parte de nuestro bagaje. Tanto tú como yo, como todos los aquí presentes, saben que al final Juan sobrevive la noche en esa celda y sorprende a sus custodios al mostrarles el alacrán de proporciones míticas que atrapó y que fue la causa de que los presos anteriores a él amanecieran muertos. Juan. El nombre más genérico. Ese nombre borra la verdadera identidad del héroe. Pues la historia no se trata de él, del individuo de carne y hueso, sino del alacrán. La finalidad de la historia es recordarnos que esta tierra está plagada de alacranes, que ellos son el peligro al que nos enfrentamos constantemente. El alacrán es el verdadero protagonista. Lo mismo sucede con la historia del Puma y el Lobo. Si te fijas, sus verdaderos nombres ni siquiera aparecen. Los narcos son lo que menos importa. El punto central de esta leyenda contemporánea es la traición. Esa es su enseñanza. Esa es la razón por la cual la gente sigue contándola y seguirá haciéndolo.
Creo que fue un error no consultarte antes de publicar la Antología.
Me habría encantado echarles una mano. Viviendo en el rancho me entero de cada cosa. Hablando de eso, ¿cuándo me vas a tomar la palabra de ir a pasar unos días allá?
Por lo que me cuentas, podemos irnos hoy mismo.
Eso es todo, Eugenio. Pero tengo que estar un par de días más en la ciudad. Además tú y tus compañeros tienen mucho que celebrar hoy. No todos los días se publica un libro.
Puedes acompañarnos, si deseas. Al terminar aquí, iremos a la casa de Araceli. Queda a unas cuadras de aquí.
Por suerte Arturo aceptó mi invitación y en cuanto terminamos de empacar los libros sobrantes y agradecer a la gente del museo por su apoyo nos fuimos caminando a casa de Araceli.
Y digo por suerte porque de esa manera tuve la oportunidad de escuchar más anécdotas de Rodrigo. Historias fantásticas y absurdas, fantásticamente absurdas o absurdamente fantásticas. Historias sacadas directamente de ficciones baratas. Historias que parecían ser el producto de una mente ociosa y delirante. Por ejemplo, Rodrigo afirmó que varias personas en la región del Mezquital aseguraban haber visto un oso polar rondando por los bosques. No sólo eso, se decía que un individuo había comenzado a cobrar por entrar a su casa para que la gente viera a un tucán enjaulado que él mismo había atrapado.
Estas historias no tienen sentido, le dije a Arturo. Esa gente debe estar muy aburrida como para andar inventando cosas así. Esos animales no son de esta región.
Pero hay una explicación, aseguró Arturo. En la historia del Puma y el Lobo ¿recuerdas al narco aficionado a los animales exóticos?
Era para no creerse.